Sé que quizá este artículo me traiga algún que otro quebradero de cabeza pero estoy un poco cansada de tanto postureo dentro del mundo AOVE (Aceite de oliva virgen extra) y como vivimos en un país donde la autocrítica no existe y si la llevas a cabo resulta que eres enemigo del pueblo, pues me despacho con los foráneos.
Da gusto tener amigos que te invitan a sus fiestas y que tengas experiencias gastronómicas estupendas. Pero siempre hay un momento «Día de la marmota» que es cuando te enseñan las «botellas de aceite» (porque aquí la terminología nos la saltamos olímpicamente) que han recibido y te piden «tu experta opinión».
La verdad es que al primer golpe de vista y valorando el peso del cristal, una piensa que al menos con tanta parafernalia se habrán esmerado en el contenido. Que venga en cristal transparente ya hace que te pongas un poco tensa. El paquete estaba compuesto de tres botellas numeradas del 1 al 3 a las que perfectamente le podrían haber puesto una nota aclaratoria sobre la precaución del contenido.
Los defectos eran tan grandes que era para sonrojarse, y haber cómo le dices a tu amigo que le han regalado unas botellas muy bonitas llenas de un contenido atrojado y avinado.
Porque como el traje hace al monje y vivimos tanto de lo exterior…la respuesta de mi amigo fue: «Pues a mí me ha estado tan rico» y te queda el cuerpo de jota de a ver «pa’qué» he tenido yo que meterme en tales berenjenales.